Por Fabio García Ortiz
Son tiempos de pandemia, de aislamiento, de inseguridad, también de noticias falsas y jugaditas políticas. El encierro ya es estresante para todos; ahora imaginemos la vida por estos días de quienes tienen ingresos frágiles que dependen del día a día, de quienes tienen antecedentes de salud o una edad que los hace particularmente vulnerables. No sabemos a ciencia cierta qué va a pasar en unos meses, tal vez en unas semanas; tantos proyectos parados sin saberse si realmente lograremos retomarlos. Muchos niños y niñas no tienen ahora esos momentos alegres de las horas del recreo, de risas, juegos y pequeñas confesiones entre iguales, que les ofrecía el mundo amable y afectuoso de la escuela, lejos por unas horas de ambientes domésticos tal vez violentos, descuidados, precarios. Otros, los más y más felices, por el contrario, han encontrado nuevas oportunidades de abrazar a sus padres y abuelos, de jugar y pelear con sus hermanos y primos, de aprender nuevas cosas al lado de los adultos con quienes viven.
¿Y qué tiene que ver la lectura y los libros con todo eso?
Algunos escritores recuerdan cómo en tiempos de guerra la lectura los salvó y les dió una vida en medio de la muerte. El premio Nobel, Jean-Marie Le Clezio, recuerda que durante la Segunda Guerra Mundial “no se podía salir, era demasiado peligroso. Los caminos y los campos estaban minados […] Vagabundear era imposible. No teníamos muchos amigos, vivíamos aislados. Había que poblar ese vacío, y allí estaban los libros”. Pareciera estar describiendo lo que vivimos por estos días.
Los libros son pequeñas puertas a mundo inmensos, ricos en belleza, experiencias, conocimientos y reflexiones, y en ellos se reflejan muchos aspectos de nuestra propia vida, muchas de nuestras experiencias. De tal manera, quien tenga un libro a mano nunca va a estar encerrado por estrecho que sea el lugar donde está. Ni va a estar solo.
En estos meses tenemos una valiosa oportunidad: descubrir las tantas alegrías y buenos momentos que se guardan para nosotros y nuestros hijos entres las páginas de los libros. ¿Por qué no tomar un libro y sentarnos a leerlo con los pequeños de la casa y conversar luego espontáneamente sobre lo que sentimos o imaginamos al recorrer sus páginas? Qué mejor oportunidad que el encierro y el aislamiento para encontrarse con un libro, con una historia leída o escuchada en voz de otro. Tememos que el cierre de escuelas y colegios pueda ser un problema serio. Yo creo lo contrario: es más bien una oportunidad de oro para que exploremos nuevas y mejores formas de compartir lecturas con nuestra familia, y especialmente con nuestros niños; para conversar alrededor de ellas. Cientos de estudios han demostrado que esta práctica puede ser más enriquecedora intelectual y emocionalmente que años de escuela o universidad. Yo lo creo así y he visto cómo funciona de bien.
Pero, ¿por qué funciona tan bien eso de leer y contar cuentos en familia o en grupos de amigos? Bueno… sucede que la narración oral de cuentos está en el origen mismo del ser humano, no porque haya muchos cuentos que narren cómo algún bondadoso dios creó a las personas –esos se llaman mitos– sino porque nuestros antepasados homínidos de hace cientos de miles de años tenían la costumbre de reunirse al caer la noche alrededor del fuego para calentarse y protegerse. Al principio, aquellos homínidos tenían un lenguaje muy rudimentario, muy parecido al que hoy tienen los gorilas y chimpancés, pero poco a poco esos sonidos y gestos fueron haciéndose más sofisticados pues cada uno de ellos quería contar a los otros cómo había ayudado a matar la presa durante la caza, cómo había escapado del tigre dientes de sable, cómo había descubierto una colmena repleta de miel, o alguna otra historia que hiciera que los demás le pusieran atención, desearan escucharlo, estar con él o ella, y ser su amigo.
Así, en el curso de miles de años, poco a poco aquellos homínidos fueron desarrollando un lenguaje cada vez más complejo, expresivo y preciso con el cual comunicarse mejor. Ese lenguaje, al tiempo, hacía que en el cerebro se desarrollaran conceptos, ideas, pensamientos y reflexiones cada vez más especializados que permitían a aquellos homínidos entender mejor el mundo a su alrededor y sus problemas, e inventar nuevas soluciones. En síntesis, se desarrollaron así la inteligencia humana y nuevas partes y funciones del cerebro que tenemos hoy. Entonces, obsérvese cómo la narración de historias, reales o ficticias, y el desarrollo paulatino del lenguaje que fue necesario para contarlas, se convirtieron en la sustancia de que está hecha la esencia de lo humano, el motor de desarrollo de la inteligencia humana, y de casi todas las herramientas intelectuales, emocionales y sociales que tenemos y usamos para entender el mundo que nos rodea y para relacionarnos entre nosotros.
Por esa sencilla razón, que se originó hace uno, dos o tres cientos de miles de años, es que cuando empezamos a contar un cuento, a leerlo en voz alta, a escucharlo en la voz de otra persona, queremos callarnos y escuchar lo que nos va a contar. Pero si nos lo cuentan mal, o no nos interesa o nos parece una historia floja o mentirosa, dejamos de poner atención, y quien la cuenta tratará entonces de hacer mayores esfuerzos por hacerla más interesante para que sigamos escuchándolo y queriendo estar con él, igual a como sucedía hace miles de años. Así ha sucedido todas las noches de la humanidad desde entonces hasta hoy, en los miles de lugares de planeta donde se junte un pequeño grupo de personas, amigos o familia, a escuchar historias.
¿Y cómo lograr en familia estas experiencias si no tenemos libros en casa, o no nos gusta leer en voz alta? En las distintas plataformas digitales de música, como Spotify, Deezer, Archive, Soundcloud entre otras, o en el mismo Youtube, hay cientos de publicaciones con grabaciones de lectura en voz alta, o de narraciones orales, donde las familias pueden encontrar excelentes historias para escuchar en familia. Estoy seguro de que si apagan el televisor un buen rato y buscan un libro o estas grabaciones y videos, y las escuchan con los de la casa, se les va a abrir un mundo inmensamente más enriquecedor, que ayude mucho más a entender las verdades de la vida y el mundo que las mentiras diarias de la televisión, sus notifalsos, realities, novelones y políticos.
Ahora, es posible que todo esta sea solo un cuento más; pero yo ya logré que estuvieran conmigo hasta aquí.
Feliz aislamiento.